lunes, 26 de mayo de 2008

Consejo de un taxista

Hoy vine al trabajo en taxi. A los diez minutos de haberme subido el taxista sin más comenzó a decirme:

“Mire joven. El lunes bajé una nalga porque se me puso pendeja. Como siempre la recogí, y cuando íbamos rumbo al hotel me preguntó: ¿a dónde vamos? Se me hizo raro porque ella sabe que cuando nos vemos es para --hace una seña pegando varias veces la parte externa del puño de una mano, sobre la palma abierta de la otra--. Pero el lunes se ve que estaba de malas, entonces me empezó a decir que por qué nunca la llevaba a tomar una copa, o a cenar, o ya sabe esas cosas de viejas. Y cuando le dije que no, que se encabrona y abre la puerta. Por supuesto yo no frené y le dio miedo bajarse. Entonces joven, que me azota la puerta. Le puedo aguantar cosas, pero que me azoten la puerta, eso no. Pues que me freno y la bajo. Y ella que me dice: cuidado porque sé donde vives con tu esposa. Después de siete años de salir con ella era la primera vez que me decía algo así. Pues que me encabrono y la amenazo también. Al fin de cuentas; yo sé más de ella y su esposo, que ella de mí. Y ahí la dejamos.

Le platico todo esto joven porque, si me permite, le quiero dar un consejo: cuando esté casado y tenga amantes, nunca les diga nada de su esposa, ni de donde vive, ni nada de su vida personal. Y la otra, tampoco coma nada de lo que le den sus amantes porque de segurito que son brujas.”

Volovan.