viernes, 30 de mayo de 2008

Odio tanto que...

Los bancos son sitios verdaderamente espantosos. Por eso una de las torturas favoritas del Santo Oficio era mandar a los herejes a trabajar a un banco durante meses... A veces años.

Los cajeros no pueden andar en la pendeja. Manejan dinero que no es de ellos... Miles de pesos ajenos y, si la cagan, les cae el trinche de Satán por el recto.

Los gerentillos, todo el día con sus sacos y pantalones de pinzas bajo esa pinche lluvia de luz casi blanca que hace que sus imperfecciones luzcan mucho más grotescas.
Todo el tiempo lidian con gente malhumorada y jetona, esas personas formadas que ponen cara de borregos a punto de ser ejecutados. Mucha de esa gente en las filas del banco me hace pensar que llevan vidas extremadamente mundanas y monótonas (y no les importa). ¡Lo peor!

La fila del banco es como un lente magnificador de lo patético. La gente parece más odiosa cuando está formada para depositar/retirar/whatever. Se avienta un tiro con el mood de los que están detrás de un volante.

El banco es más importante que la vida misma. No le interesan tus tragedias, únicamente tener el varo a tiempo y chingarte por teléfono cada vez que no cumples.

A veces quisiera vaciarles una escopeta en la jeta.

M.C.