lunes, 1 de junio de 2009

Historia deprimente

Una mujer, encargada de la recepción en una oficina llena de sujetos con lentes de mica y peinados de doscientos pesos, lleva varios años sin novio. Añora aquellas etapas en la escuela en que de perdida los del cuarto piso le miraban las pantorrillas con atrevimiento, aquellos años del exnovio de la verga fea.

Se lima las uñas y hace pipí rápido por aquello de que algún paquete importante llegue en su ausencia. Diario hace dos horas desde Taxqueña hasta las reputísimas Lomas. Dos horas. Lee el Código da Vinci, se esperó a que pasara de moda. Está estrenando barniz de uñas. Quiere ponerse a dieta. Sí: mañana.

Sigue esperando el amor de su vida -todos son el amor de su vida, los muertos no aman- Y por lo mismo a mitad del camino, en un microbús poco estable, entre albañiles y oficinistas, escribe un mensaje en su celular en que entrega su cuerpo y alma, asumiendo que tal cosa exista. Luego le pone -guardar en archivo- y se va al trabajo, esperando que ese día, ese día, aparezca de entre los demás cocos y corbatas, alguien hermoso a quién enviárselo.