viernes, 30 de julio de 2010

Odio tanto que...

Encuentro absurda la necesidad de fingir con tal de agradarle a las personas sin motivo alguno. No soporto a nadie que se esfuerce por caerme bien, y me resulta patética toda esa gente que —estúpidamente— piensa que, sólo por el hecho de convivir en un mismo lugar, uno tiene que demostrar algún tipo de interés hacia su devaluada humanidad.

Entiendo, pero me enoja —mucho—, el hecho de que las personas sufran por no ser correspondidas o se ofendan porque no piensas igual que ellas.

¿Y qué se dice de todas aquellas que buscan un consejo y esperan que les suavices la miserable existencia con palabras de aliento? Mamadas.

¿Por qué para algunos es más fácil ser hipócritas que mandar al carajo? ¿Por qué casi nunca se entiende el significado de un buen chingatumadre? ¿Por qué uno termina siendo el culero cuando los pendejos son el resto? Fácil: Les gusta mamar, pero ni la lengua saben usar.