jueves, 7 de abril de 2011

¿Y si Dios que no vino a traer la paz sino la guerra?

¿Quién les da su fuerza a los norteamericanos, su poder físico, su talento para fabricar mejores armas, para arrasar pueblos a su paso? ¿Quién les dio su fuerza a Anibal, a Alejandro, a Napoleón? ¿El demonio? Lo dudo. ¿No será más bien el causante de todo esto el propio Dios, el Dios bueno, el Dios al cual nos encomendamos en nuestras oraciones, el único Dios en el que podemos creer? El Dios que no vino a traer la paz sino la guerra. El mismo Dios que no se tentó el corazón para ahogar como gatos a los ejércitos del malvado Faraón y que exigió a Josué que pasara a cuchillo a los habitantes de Jericó. El Dios que en Isaías leemos que extendió su mano sobre la tierra para transformarla y poner en conflicto a los reinos que hasta ese momento habían estado en paz. Pero también el Dios que nos ha traído las plagas y las epidemias.

Durante mucho tiempo esta ciudad tuvo su oportunidad de salvación, como todas las ciudades del mundo, como cada uno de sus habitantes en particular. En su eterna misericordia, Dios nos dejó la oportunidad de elegir, de encontrar nuestro camino. Pues bien, esto no podía durar. ¿Qué hemos hecho con este país a partir de que se proclamó independiente? Díganme, ¿Qué hemos hecho de él? ¿A quién hemos permitido que nos gobierne? Dios, cansado de esperar a que fuéramos más cautos y más responsables, que digo cansado, harto, decepcionado de todos nosotros, Él ha tenido que tomar cartas en el asunto. Tenía que hacerlo, no le quedó más remedio. Y entonces, nos mandó a los yanquis como castigo.

El gran peligro es que los norteamericanos nos traerán no sólo el protestantismo como religión oficial, sino el sentido del dinero y de la productividad industrial que conlleva, y que va en contra de las más esenciales enseñanzas de Jesucristo.

Juan José Pérez Doblado