viernes, 8 de julio de 2011

Frío

Hace mucho frío. Las manos me tiemblan y por eso no puedo fumar. Camino más rápido entonces, y veo a más gente que camina en todas direcciones, habituadas, supongo, al frío. Y veo a madres que empujan carreolas con bebés más blancos que la nieve misma, y pienso que si fuera un bebé mexicano no sería tan blanco y que ya se hubiera muerto hace mucho, porque nosotros no estamos para estos fríos.

Y camino todavía más, y me subo al metro y pienso en ti. Y ahora hace calor, por la gente, por lo encerrado que está todo, y por eso me quito el abrigo mientras veo a una anciana sentada, tendrá más de doscientos años pienso, y me imagino todos los inviernos que ha sobrevivido esa momia, y me compadezco y la admiro al mismo tiempo.

Ahora estoy de nuevo en la calle, y no sé a dónde voy, ni por qué me dejaste. Y el frío regresa de inmediato, no da tregua, pero de todos modos ya estoy fumando, porque no aguanto más. Y ya no siento las manos, por bruto y vicioso, pero aún así, en medio de este suplicio de dedos congelados y nariz entumida, me doy un tiempo para pensarte, cuánto daño me hiciste.

Y paso por una cafetería y veo a través del ventanal y entro porque hace frío afuera. Pido un café, o un té, y me siento en una mesa, solo. Enfrente veo a una gorda que lee el periódico, y más allá estás tú, con él. Y por eso entré aquí, y no al restaurante chino que me gusta y que es más barato. Qué caro está el café en Rusia, sale mejor tomar vodka, pienso, y se me revuelve el estómago, por el vodka, pero sobre todo porque te veo tan feliz. Y ya hace calor de nuevo, mejor me voy.

Y ya en la calle no puedo más, y veo a otro bebé de porcelana blanca que está llorando, y yo también empiezo a llorar, por el bebé, qué frío ha de tener, pienso, pero sobre todo lloro por culpa tuya. Y me duelen los ojos, porque no estoy habituado a llorar, menos a menos veinte. Y las lágrimas se vuelven cristales, y no es metáfora barata, de verdad sucede. Como aquella vez que te explotó la botella de agua y me cayó en los pantalones y se hizo hielo de inmediato. Qué risa me dio, y tú dijiste, es normal, eso pasa aquí. Por eso mejor no lloro, no vale la pena. Y hace frío, muchísimo.

Y al final de la calle veo mi casa pero no quiero entrar, mejor voy a saludar a Iván, ése que vive a dos cuadras y que siempre anda borracho. Y él dice, qué bueno que vienes, ¿quieres un vodkita? Y yo le digo, sí, para el mal de amores. Y él, no para eso no sirve, pero te lo doy igual. Y ya no sé cuántos vodkitas me habré tomado, pero la boca la traigo seca y quiero vomitar. Y él, ¿para qué viniste a Rusia? No estás bien, andas flaco, más que cuando te conocí. Y yo, sí ando flaco Iván, y tú cada vez más gordo. Y él se ríe y nos sirve más vodkita, del corriente, y sigue hablando y yo sigo pensando en ti, y en el café que te estás tomando con él. Y me dan nauseas, por el vodka, pero también por pensar esas cosas, y voy al baño y vomito. Y escucho la risa de Iván mientras me duelen las entrañas, pero ya estoy mejor ahora. Por eso me voy a mi casa, porque hace frío aquí, pienso, pero también porque no quiero pensar más en ti.

Alessandro Triacca