lunes, 18 de febrero de 2013

No quiero llegar a viejo


La gente vieja me deprime. Me deprime su aspecto y la idea de saber que el cuerpo poco a poco se les está descomponiendo, así como también me angustia lo feo que debe ser vivir en cuenta regresiva. Amanecer agradeciendo (o maldiciendo) un día más de vida me parece aterrador. ¿Cómo hacen para seguir aquí sin motivo alguno? Quién sabe. Y podrán decirme que no, que pese a todo hay ancianos muy alegres y felices con la vida que llevaron, pero lo dudo mucho. Y no, el estar consciente de que todos vamos para allá no me tranquiliza en absoluto.

Digo esto porque a últimas fechas veo mucho anciano solitario por las calles. Las viejitas cargando bolsas que pesan más que su propio esqueleto, los viejos que caminan elegantemente apoyados en un bastón mientras intentan cruzar la calle con lentitud cautelosa, los ancianos vagabundeando perfumados con el olor más apestoso que pudiera existir y las abuelas que se maquillan admirando fotos antiguas de cuando eran hermosas son imágenes que, pese a no ser nada nuevas, me impresionan como antes no pasaba. Me impresionan y me deprimen. Y aunque siempre he creído que los ancianos solitarios lo son porque fueron culeros durante sus tiempos más jóvenes, eso no me ayuda a calmar la sensación extraña que siento al verlos.

Pareciera que siento lo que siento porque me identifico en ellos, después de todo, son muchas las ocasiones en que me han dicho anciano (con eufemismos, pero anciano). Pero no. Otros dirán que le tengo miedo a la madurez y a envejecer. Éstos quizá están más cerca de lo real, ya que no le tengo miedo a envejecer, pero sí a envejecer tanto: me gustaría vivir máximo 60 años, aunque sé que moriré a los 50 (tantas borracheras son un plan maestro para conseguirlo)... Meh, ya me desvié, como de costumbre. Retomemos.

Tanto viejo abandonado me ha hecho cuestionarme cómo alguien logra seguir existiendo a pesar de que las energías ya son tan pocas, ¿para qué hacerlo? Y no lo digo desde un punto existencialista sino desde la sorpresa que me produce que el instinto de supervivencia sea tan incorruptible. "Quiero vivir, aunque no sepa para qué, aunque ya sé que es inútil", gritan sin darse cuenta todos esos viejos que ya no tienen esperanzas en nada. Y esto no es retórico, de verdad lo he preguntado (con eufemismos, pero lo he preguntado).

Respuestas como "pues ya para lo que voy a durar aquí, qué más da"; "a mi edad, eso qué importa"; "no sé cuánto más vaya a vivir, pero…"; y un largo etcétera me dan la razón (o no, pero me la invento a partir de ahí). Eso sí, al final todos los entrevistados llegan a la misma conclusión: les duele recordar su pasado. Supongo que a su edad recordar les tomaría más tiempo que morir.

Y que el recuerdo les pese tanto me hace pensar que quizá por eso siguen vivos aunque les falten motivos… quieren castigarse por algo que sólo ellos saben. Pero después lo pienso mejor y creo que los entiendo un poco, entonces llego a la parte que me causa más admiración que tristeza: esperan con calma el final, quieren terminar la vida que empezaron a pesar de que nacer no haya sido decisión suya. Aquí es donde me pregunto: ¿quién se quiere morir? Nadie.

Estúpido instinto de supervivencia. Estúpidas ganas de vivir.

Ahora todos podrán creer que estoy a favor del suicidio. Para nada, sólo estoy en contra de que se viva tanto y sin motivo. Parece lo mismo, pero no lo es.

Escribo esto mientras me viene a la mente la imagen de un viejito que mira obsesionado su reloj, como queriendo que su existencia y sus manecillas se detengan al mismo tiempo.

¿Cómo me imagino mi vida de viejo? No la quiero tener, pero si la consigo, seré un viejo borracho y raboverde, qué más da.

P.D.: Sí, hay viejos contentos y satisfechos con su vida, pero también ésos se cuestionan si mañana amanecerán vivos. Y sigue pareciéndome angustiante.