lunes, 17 de junio de 2013

Tener hijo no es lo más recomendable para la salud


Tener hijos no es lo más recomendable para la salud, como están comprendiendo muchas parejas que optan por alargar hasta el infinito ese periodo gozoso que va de la primera noche juntos a la primera noche acompañados. De hecho, tal como se está poniendo el metro cuadrado habitable, ampliar la familia es una verdadera insensatez propia de gente que no piensa en el futuro. Si encima le añadimos la cantidad de estímulos vitales a los que hay que renunciar para cuidar a los niños como es debido –fines de semana, ofertas hoteleras, cine, teatro, amigotes, cenas improvisadas, sexo doméstico– se comprende la caída libre de la demografía en los países avanzados.
Las parejas tienen un hijo para que no se diga, y si pudieran tendrían medio, o un hijo compartido con otra pareja (no es tan mala idea). Y la mayoría opta directamente por dejarlo para más adelante, que es una época indeterminada en la que suponen que estarán más preparados para el trauma. De hecho nunca se está lo suficientemente preparado para los niños que, para mayor cachondeo, aparecen en casa sin libro de instrucciones. Vamos, que ni el DVD barato comprado en el hiper se atreve a tanto.
Pañales fétidos, noches en vela, febradas inmisericordes, colegios públicos (malos) o privados (malo y caro), trastadas, cumpleaños, adolescencia, son algunos de los términos de un diccionario de pesadillas interminable y que se abre con el primer niño.
Sus habitaciones siempre estarán en un desorden indecente, olerán a tigre salvaje y los armarios de medio tamaño no sirven para guardar nada. No les diremos que las camas litera son muy bonitas, pero para arreglar las sábanas de la de arriba hay que entrenarse en el Circ du Soleil. Ni que lo único que les interesa a los niños de su escritorio es la potencia RAM del ordenador. Ni que se apropiarán de su espacio y que cerrarán la puerta para que no sepamos qué hacen. En fin, ustedes se lo han buscado. Dejen que sus amigos sin hijos les cuenten lo satisfechos que están con su libertad para entrar y salir, mientras miran de reojo con expresión de asco al enano mocoso que no para de tirarles de los pantalones. Qué mono.
Déjenles en su felicidad vacía y sin horizonte. No les digan qué se siente cuando el mocoso te pide que le cuentes un cuento, cuando se tira a tu cuello y te estampa un beso espontáneo o te desliza un poema lleno de faltas de ortografía en la maleta de viaje. No les expliquen cómo huelen los bebés recién levantados o el espectáculo de la primera película, o la ilusión de la mañana de Reyes. No es necesario que entiendan que los niños son los que nos dan energía para vivir y una razón para levantarse todas las mañanas y ser más fuerte que Superman (aunque te duela la espalda). Ni que son ellos los que le dan sentido a la vida en pareja, los que te enseñan lo que es el miedo y también lo que es la verdadera felicidad, que es algo que aparece cuando existe un proyecto de futuro.

Ustedes valientes insensatos, que han decidido a pesar de todo, perpetuar la especie, no necesitan explicar a nadie la experiencia increíble que están viviendo. Ustedes se lo han buscado. Bienvenidos al club.