“Vamos a la casa del Señor”,
dicen los desamparados.
Dicen, decimos.
“Los afueras son inclementes y ásperos;
son ciegos y pobres de olfato”
Ellos, nosotros, buscamos el abrigo, el refugio.
No nos basta la piel, ni el amparo de la luz carnosa
de la luna.
No nos consuela la voz del Señor
que nombró templo a nuestros cuerpos.
No hay templo alguno en las afueras.
No lo hay tampoco dentro.
“Vamos a la casa del Señor”,
decimos y no vamos:
no hay dentro ni afuera, casa alguna
ni Señor.
Filiberto Cruz Obregón