viernes, 4 de noviembre de 2011

El fin


1. Viernes

La música estaba latiendo a cada paso de mi corazón acelerado. Era un “punchis punchis” a un volumen fuerte, pero no tan fuerte como en los antros. Era viernes, y la ciudad cansada salía a desquitarse de otra semana larga y tediosa a los bares y antros. En lo personal nunca me gustaron los antros: siempre con los cadeneros, las masas, las fresas y los juniors. Era siempre portar una máscara, un eterno “soy hijo de fulano” y “mi tío es zutano”, “ya viste a ese wey super equis, qué lúser” ó el “ay no super que nada que ver”. Pero no. No estaba en el antro de los bacachos, de los pomos y de los misiles. Yo estaba ahí sentado en bar, si es que se le puede decir bar (pues nada más se especializan en una bebida), tomándome un mezcal con mis amigos.

“Lalo! Lalo!” Me llaman. Levanto los ojos y miro a Paco. “¡Qué pedo, qué te paso!” Se ríe. “¿A dónde te nos fuiste?” Ríe nuevamente, pero un poco más forzado. Veo a Paco con ojos cansados de pensar. “No, nada…” Me como media naranja con chile piquín. Sorbo otro poquito de mezcal. Mientras hacía esto me decía Paco: “No… pues es que andas muy ido, y pues, ya casi no nos vemos, y la neta es que te quiero mucho…” El aliento de Paco me hacía pensar muchas cosas, entre las miles de garnachas que habíamos tragado, ojo, no comido, pero literalmente tragado; la idea que más sobresalía en mi cabeza era: “Paco ya está pedo, ya empezó a netear… qué hueva…” Pero Paco es mi amigo, y hay cosas que, por más amigo que seas, no se dicen. “No, pues…. ¡salud!”

El viernes estaba regresando de la chamba, cansado, como todos los viernes, sólo pensando en que nos íbamos a ver los cuates en la noche y pasarla bien. Nos íbamos a ver todos en la Condesa para copearle un poco y después para ir a la fiesta del Juancho que era su cumple… Ya veinticinco, ando cansado de escuchar a mis amigos quejarse de que “ya nos estamos haciendo viejos” y la madre; pero viendo fotos de cuando estábamos por salir de la prepa, uuuta, uno ve las fotos y algunos ya se ven más grandes: los ojos opacos de la adultez en vez de los brillantes ojos de la adolescencia, la “pancita”, algunos con sus entradas. Pero más que nada: la seriedad… uno sigue cotorreando con sus amigos, pero el gritoneo de la chaviza se atenúa al murmullo de los adultos…

Me iba a ver con el Paco a las siete de la noche para ir a cenar, pre-copearle un poco y lanzarnos a la Condesa. Paco es mi mejor amigo. Lo conozco desde que íbamos en la primaria, hacíamos todo juntos. Tomamos diferentes caminos en la universidad, pero nos seguíamos viendo, aunque poco a poco, la frecuencia disminuía. Este era uno de esos viernes en que coincidimos, más que nada por la fiesta del Juancho. Fuimos a unos tacos ahí cerca de la Condesa, a los de siempre.

Ahí fue en donde la ví, a un lado del trompo del que hacen los tacos al pastor. Era una chica guapísima: alta, esbelta, y bien dotada; un festín a los ojos de cualquier hombre. Lo primero que le noté fueron sus ojos, pues me estaba mirando fijamente. Primero pensé que estaba mirando a otra persona, pero no. Estaba ahí solo, echándome una chela, esperando al Paco (que como siempre llegaba en p.m., o sea puntualidad mexicana, en una palabra: tarde). Curiosamente esta chava no venía acompañada… cosa rara en ese tipo de mujeres, que SIEMPRE estaban acompañadas.

“Hola, veo que estás solo, yo también. ¿Puedo sentarme un rato contigo?” Antes de decir cualquier cosa, ella ya estaba sentada frente a mí. Me estaba por presentarme cuando me para. “No me tienes que decir nada… ya sé tu nombre y yo he estado toda tu vida contigo.” Me reí y dije: “es la primera vez que escucho esto…” río de nuevo, “¿cómo es eso? Pues a ver, dime, dime cómo me llamo.” Y pues me dijo… me lo dijo todo, a cada momento que pasaban las palabras de la boca de la chica esta, sentía que mi boca se abría más y más, anonadado, y repentinamente sentí este frío sudor de nervio y de un gran miedo. “…y ahora estás aquí sentado, esperando a Paco para después ir a la fiesta del Juancho…” Silencio, el ruido de la taquería se volvió cada vez más lejano. Estaba estupefacto… De repente veo a Paco acercándose a la mesa, la misteriosa mujer se levanta, yo me levanto para ir tras de ella, pero Paco me toma la mano en ese momento para saludarme, “espérame Paco” le dije. Volteé a ver a donde había visto la mujer, viendo cada rostro en la taquería. Había desaparecido…
Mezcal. Para todo mal, mezcal, para todo bien también… La música iba tamboreando su bajo por mi inconsciente. Intenté mantenerme calmado para no alarmar al Paco. Pero no me podía quitar a esa mujer de la cabeza. Empecé a decirme que esto es parte de mi imaginación, todo lo que había pasado. Le pregunté al Paco cuando llegó si me había visto con alguien en la taquería, me dijo que no, y yo no insistí. Y en mi cabeza, empezaron a brotar preguntas “¿cómo es que sabía todas esas cosas de mí: mi nombre, mi vida, el porque estaba ahí?” Pero la frase que más me tenía loco era “yo he estado toda tu vida contigo…” Esa frase resonaba en mi cabeza como las campanas de la Catedral. Esos ojos, fríos como el hielo “toda tu vida contigo”. Esa cara… “contigo”.

“No, pues… ¡salud!” levanté la copita y ahí la ví de nuevo, entre las sombras… Me levanto de nuevo para ir tras ella… desaparece. Paco, ya visiblemente pedo, me dice: “¿Qué onda? ¿Qué pasó?” Me tallo los ojos, pero nada. “Creo que ando yo pedo también Paco” le respondí y carcajeé. “Ahorita regreso, voy al baño…” le dije. “Qué todo salga bien.” me responde Paco. “Che Paco” pensé…

“¡Pssst! ¡Pssst!” Volteo. Es ella de nuevo. “Me llaman La Flaca…” De repente, la música sube de volumen repentinamente a un nivel ensordecedor.  Estaba bailando en la fiesta del Juancho, ya no andaba en la mezcalería, y la chava misteriosa estaba bailando conmigo. No sé cómo había llegado ahí. “¿Eres la Muerte?” le pregunto. “Sí… sí me han llamado así.”

Escucho gritos “¡PFP! ¡PFP! ¡todos al suelo!” Un disparo aquí… allá… “¡Qué todos al suelo chingada madre, con que uno se mueva les vuelo los sesos!” Más gritos. Veo a la gente en el suelo. La chava esta, seguía bailando como si nada. Yo andaba en el suelo. Me levanta la chava diciendo: “¿qué te pasa?” se ríe, “si esta es mi canción favorita.” Se ríe, y su voz se vuelve eco… No hay ironía más grande que una fiesta aquí en México. En ningún otro país del mundo, la muerte y la fiesta van de la mano, las cabezas ruedan donde uno baila, como una danza macabra…

Despierto, está oscuro. Poco a poco mis ojos se acostumbran a la oscuridad. Estoy en mi cuarto, un dolor penetrante en mi cabeza, pinche cruda… “Qué sueño más raro…” Me dije… Volví a dormirme… Regresando poco a poco a la oscuridad, al vacío. “… me han llamado así.”

Kenichi Ikuno Sekiguchi