lunes, 15 de octubre de 2007

Esos malditos hombres

Platico con una amiga más allá de lo entrañable que siente que el mundo se le mueve por culpa de un pendejo y me doy cuenta de que no es el planeta el que apesta. Son ciertas personas. Antes habría pensado que sería mejor presionar el botón rojo, ya saben, levantar el acrílico que lo cubre, girar las dos llaves y hasta la vista, baby, adiós Nicanor y hasta no verte Jesús mío. Pienso en el pendejo y me dan ganas de tomar el enorme bote de combustible para Zippo que compré el martes, averiguar en dónde trabaja, vaciárselo a su auto y lanzarle un cerillo encendido. Esperar paciente hasta que apareciera y ver su reacción. Todo porque no me gusta que jodan a la gente que quiero, y menos de maneras tan gratuitas, tan baratas. Me caga ese tipo de enano emocional, con corazón de prostituta, con alma de papel maché. Luego me desato un poco las agujetas, porque me las he amarrado muy fuerte. Fumo un cigarro en una zona en donde no se debería fumar, bebo una Coca Cola y de pronto, un sonido que me saca de ese mundo tenebroso. La verdad, es que soy feliz. Tanto que, ni los rants me salen. Me siguen cagando muchas cosas, pero las tolero más efectivamente. Así que buscaré formas creativas para que mi amiga esté bien, para fumar sin tirar la ceniza en mi teclado y para amarrarme los tenis sin causarme una gangrena. Y lo voy a hacer con una sonrisa.

Lex.