martes, 6 de noviembre de 2007

Passasinghiozzo


Dos Sandras: una fea y otra guapa.
Vivían muy cerca, inseparables.
La guapa recibía sólo cortejos,
la fea era la mensajera
entre los pretendientes y su amiga.
Quien trataba con una trataba
con ambas.
Sandra la guapa carecía de apodo,
la otra contaba con un alud
de sobrenombres. El más famoso:
Passasinghiozzo,
porque, por fea, cortaba el hipo.
Fui novio varias veces de la guapa,
o sea que conocí a Passasinghiozzo
íntimamente y de las dos
es la que más extraño.
Tú eres su preferido,
me decía mirándome a los ojos
con su nariz ganchuda,
de un modo que dejaba ver
la frase que latía en segundo plano:
tú eres mi preferido.
¿De verdad me quisiste,
Passasinghiozzo, resignada
a amar con las palabras de tu amiga,
como quien sólo pisa otras pisadas,
o tú también dijiste un día “te amo”,
y a tu nariz, tu célebre nariz que odiaste
en tu niñez y adolescencia
con los años, la madurez, el sexo y un marido,
le hallaste al fin su gracia?
Mensajera de otros tiempos,
tú, penumbrosa, homónima
de otra que ya olvido
descubro hoy que sí te quise,
encadenado yo también a otras pisadas
y ciego a tu lealtad de corredora.
Tenía muy buenas piernas,
en efecto,
y nadie de nosotros se atrevía a admitirlo.
En medio de la paja del encanto
de tu amiga
en ti alumbraba esa hermosura de lo feo
de mis versos,
un estilo que habría de ser el mío,
maestra hallada hoy
después de tanto tiempo y pienso
que todos en algún lugar
de nuestro cuerpo o espíritu tenemos
una nariz de gancho
o un labio leporino,
pero unas buenas piernas
para agotar de joven todas las carreras
y adelgazarse como rama
que guarda su secreto con fervor,
sólo unos cuantos, y tú entre ellos.

Fabio Morábito