jueves, 10 de enero de 2008

Febrero 14 de 1999


¿Dónde te guardo todo este deseo, toda esta obstinación a la que es tan difícil dar la espalda?
¿Dónde dejo caer la brújula de mis dedos, si el norte se arremolina día y noche en las esquinas de mi desorientación?
¿Dónde la temperatura voladora, tus ojeras difusas, tu ceño de ave nocturna, tus instintos de apostadora invencible?
¿Dónde abandonar el dolor, si es un órgano del cual se alimentan los órganos restantes, aun después de la muerte?
¿Dónde tatuar tu perfil o tus iníciales, si mi piel ha sido desprendida y las carnicerías están cerradas?
¿Dónde pintar tu sombra si no hay suelo, ni cielo, ni sol, ni hojas blancas ni tinta en el tintero?
Francisco Hernández