jueves, 24 de diciembre de 2009

Odio tanto que

Ya mero es navidad y la verdad odio:

Los árboles de navidad montados en una cruz de madera. Los cuales después de utilizarse tiran en las calles. No hay cosa más odiosa que un árbol semimuerto abandonado sobre el pavimento.

La sidra en vasos de plástico.

Cuando estás en una cena y como único regalo te toca unos pañuelos o un CD de Luís Miguel de parte de la tía abuela.

Los brindis prenavideños, y las crudas postnavideñas.

El silencio incómodo que se hace durante la cena de navidad.

Las pláticas obligadas con familiares que no ves hace tiempo.

La tía que quiere ser simpática y no lo es.

La supuesta amistad de los padres cuando no existe desde hace años.

El tío borracho.

Los cuernos y narices de reno que ponen en los autos.

Las tiendas, cafés y restaurantes atiborrados de decoración navideña.

Los vasos navideños del café.

Los listones de colores rojos y verdes que cuelgan en los techos.

La nieve artificial en las ventanas.

Las figuras inflables en las entradas.

Los muñecos de nieve hechos con tierra o arena.

Los Santa Claus disfrazados en la calle que parecen más una parodia de un vagabundo que un regordete feliz.

Los decorados de las casas.

El Santa Claus de la entrada.

La funda de los papeles de baño.

El nacimiento con heno.

Las frutas secas en la mesa del comedor.

Los portavasos con renos.

La corona de la puerta de entrada.

En los centros comerciales la gente corre, grita, se excita para comprar regalos de último minuto.

La histeria de los vendedores.

Los precios altos de todo.

Cuando en un intercambio te toca un libro que no leerás, un disco que no escucharás, una corbata con dibujos navideños, una playera que te queda chica, un portarretratos o cualquier objeto que guardarás en el clóset.

Los programas, películas, comerciales y canciones navideñas.

Las personas que aseguran que la Navidad les encanta, y los que afirman que la odian.

Por todo esto y más les deseo:
FELICES FIESTAS A TODOS.