viernes, 25 de diciembre de 2009

Recordando

Me gustaría decir que todo comenzó con una mirada, pero no es verdad. Aunque sirviera para el romanticismo, no le haría ningún favor a la verdad, que aunque más simple, no deja de tener su propio encanto.

En realidad no sé como empezó; supongo que de la misma forma en que comienzan estas cosas: con un gradual reconocimiento, la discreta realización de tu presencia, tu constante presencia.

Fue la contemplación paulatina, el pasar de un saludo casual al cruzarnos por un pasillo al rápido beso en la mejilla hasta el detenerse por un par de minutos para conversar con cualquier pretexto para encubrir el verdadero pretexto: saborear tu olor dulzón por las mañanas.

Después vinieron los correos diarios, los mensajes al celular y las conversaciones de madrugada por Messenger. Un hecho siguiendo a otro con la precisión de un reloj.

Luego las salidas a tomar café –aun detestándolo-; las cenas hasta tarde en aquel restaurante claustrofóbico cerca de tu casa. Los fines de semana arrastrando los pies tras de ti por las calles atestadas de baratijas, mientras comprabas una increíble cantidad de porquerías a las que llamabas “artesanías” y que compulsivamente ordenabas en las docenas de repisas de su casa. Aunque yo refunfuñaba como caballo de tiro, en el fondo disfrutaba enormemente tus obsesiones.

Vino la primera vez que me quedé en tu casa, en tu cama, rodeado por cientos de aquellas baratijas, rodeado por tus besos, por tus caderas. Y la primera vez que me fui de tu casa sólo para regresar un par de horas después con la prosaica excusa de extrañarte.

Lugares comunes todos ellos; cliché sobre cliché; todos y cada uno de ellos llenándome de una felicidad que lejos de relajarme y liberarme, sólo abrió mis ojos.

Del mismo modo gradual, tal como el día que uno se descubre cicatrices que ha tenido durante años, descubrí, aterrorizado, que te amaba.

Pero todo se fue al carajo.