lunes, 23 de abril de 2012

Sobre donde vivo


Es común escuchar que esta ciudad tiene seis, siete, ocho siglos. Lo cierto es que ya desde el xi existen pobladores toltecas en el islote de Tlacocomolco, que actualmente es el Centro Histórico. ¿Qué ventajas le verían a establecerse en una cuenca hidrográfica elevadísima y sísmica? Están los que hablan de las conveniencias del Valle de Anáhuac para la caza, o de su privilegiada situación geopolítica –no extraña que a dos mil y pico de metros de altura los aztecas consideraran su ciudad imperial Tenochtitlan el centro del mundo, y lo era por lo menos del Altiplano. Hay una cuestión aún más difícil de entender, y cuya respuesta podría encontrarse en las siguientes páginas: ¿por qué tanta gente nos empeñamos en seguir aquí después de terremotos, inundaciones y complicaciones propias de las grandes ciudades? Se necesita ser obstinado o muy romántico para habitar en esta nucleo urbano que según Carlos Monsiváis "es un comedero, es un bebedero, es la coreografía del subempleo alrededor de los semáforos, es un teatro de escenarios ubicuos, es el frotarse de cuerpos en el Metro, es el depósito histórico de olores y sinsabores, es una primera comunión meses antes de la boda, es el anhelo de un cuarto propio, es la familia encandilada ante la televisión, es el santiguarse de los taxistas al paso de los templos, es la incursión jubilosa y amedrentada en la vida nocturna, es un paseo por los museos voluntarios e involuntarios, es el ir al cine como si se fuera a un videoclub sin variedad de títulos, es la cacería de la tipicidad que sobrevive".